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Estamos asistiendo en los últimos años a la consolidación del deporte femenino. A medida que nuestra sociedad evoluciona, la participación de la mujer en las distintas modalidades deportivas está siendo cada vez más numerosa, e incluso las marcas y los logros se aproximan cada vez más a las de los hombres. El recorrido hasta llegar a este punto ha sido largo, teniendo que pasar por muchas dificultades. En los Juegos de Olimpia, el veto a la mujer era una norma estricta y no solo su participación, sino que también su asistencia a las distintas pruebas estaba completamente
prohibida, bajo pena de muerte.
En nuestros días, con la reinstauración de los Juegos Olímpicos a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX se dio un paso adelante en la reivindicación del deporte para las mujeres, ya que a raíz de la negativa del Comité Olímpico Internacional a la presencia de atletas femeninas, éstas se unieron en una protesta común. Así, a partir de la Olimpiada de 1912 comenzaron a participar en alguna prueba deportiva, y ese camino iniciado no ha dejado de ampliarse hasta nuestros días. Esta lucha no ha concluido ya que todavía hoy existen deportes que aún no tienen representación femenina. Bien es verdad que actualmente, deportes que hasta hace pocos años estaban vetados a las mujeres tienen hoy gran interés para el público en su modalidad femenina.
La participación de las mujeres en las actividades físicodeportivas está mediatizada por los roles y los estereotipos de género. Las niñas y mujeres jóvenes establecen desde edades tempranas una relación conflictiva con el deporte. Los motivos para este desapego son tanto sociales como culturales. En definitiva,
esto aleja a las mujeres de su práctica, privándolas de obtener beneficios relacionados con la salud y el desarrollo personal, de la posibilidad de adquirir hábitos de vida saludables y así, lograr una competencia motriz que les permita utilizar el deporte como un medio de ocupación del tiempo de ocio y como elemento de relación social.
Esta ampliamente descrito en la literatura médica la multitud de beneficios que proporciona el deporte, ya sean fisiológicos, sociológicos, etc. Los beneficios del ejercicio no sólo incluyen mejorías en la salud cardiovascular.
La evidencia científica muestra que la actividad física regular puede mejorar nuestras funciones cognitivas y también proporcionar numerosos beneficios psicológicos.
La realización de ejercicio físico es esencial para aumentar el bienestar psicológico, mejorando el estado de ánimo general, ya que estimula la producción de las hormonas opiáceas, como la betaendorfina y la beta-lipotropina, que se segregan en grandes cantidades durante el ejercicio físico. Estas endorfinas son neurotransmisores que comunican a las neuronas entre sí. Son sustancias peptídicas que se incrementan en momentos placenteros de la vida como alegría, emoción, placer sexual, ejercicio físico, por lo que tienen un efecto sedante y analgésico sobre el organismo y son las responsables de producir euforia. Son secretadas por una glándula llamada pituitaria, ubicada en la base del cráneo y que regula la mayoría de las funciones corporales, entre ellas, el estado de ánimo.
El ejercicio físico es capaz de activar la vía de creación de estas proteínas que actuaran sobre los receptores nerviosos. Después de realizar ejercicio físico intenso, el cerebro produce estas endorfinas que aparecen como responsables de las sensaciones de alivio, calma y bienestar, además de mejorar el autoconcepto y la autoestima. La práctica regular de ejercicio físico, unido a una alimentación equilibrada y variada, hace que a la hora de obtener la composición corporal, el porcentaje muscular y graso sea el correcto, por lo que mejora la imagen corporal influyendo positivamente en lo que se piense de uno mismo (autoconcepto) y la valoración que hacemos de ello (autoestima).
Lo más preocupante es que no siempre se encuentran tratamientos preventivos. La práctica de actividad física por parte de las mujeres ha demostrado ser efectiva como factor de protección ante estos problemas psicológicos anteriormente mencionados, reduciendo su incidencia y mejorando su tratamiento. Estudios epidemiológicos demuestran que hay una relación inversa entre actividad física y salud mental. Cuanto más ejercicio se realice, menor riesgo de sufrir depresión. Asimismo, quien ya la padece suele ser una persona sedentaria e inactiva.
Así pues, para que todos los beneficios de los que hemos hablado se puedan materializar, el ejercicio físico debe cumplir necesariamente una serie de requisitos en cuanto al tipo de actividad, nivel de intensidad, duración y frecuencia; pero posiblemente la condición más básica que ese programa de actividad debe cumplir para obtener unos resultados adecuados es la regularidad: está mucho más indicado el ejercicio regular que la práctica ocasional. Y por supuesto,
tiene que estar supervisado y controlado por un Médico Especialista en Medicina de la Educación Física y el Deporte y añadir a una higiene correcta, un estilo de vida ordenada respetando los tiempo de descanso, una dieta sana, variada y equilibrada…Todo ello se constituye como un factor importante a la hora de mejorar tanto la cantidad como la calidad de vida de las personas en general y de las mujeres en particular.
En definitiva, aquellas personas, ya fueran sedentarias o no previamente, que hacen actividad física regular, experimentan una mejora en su estado de ánimo debido, entre otras cosas, a las endorfinas. El deporte mejora el humor, las relaciones sociales, y nos ayuda a evitar la monotonía y es uno de los srecursos más accesible para lograr bienestar físico y mental siendo un hábito adecuado para la prevención de enfermedades físicas o psíquicas. Solo con 30 minutos
diarios de actividad física se pueden producir cambios sustanciales.
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